Ante la noticia de la muerte de otro de los docentes involucrados en el incidente de la explosión en la Planta Piloto de la Facultad de Ingeniería en Río Cuarto, el diario Clarín publicó el martes 18 una editorial titulada «Río Cuarto exige responsabilidades», que nos parece oportuno reproducir aquí y con la que coincidimos en parte. Copio y pego, y después explico:
La explosión fatal en la Universidad de Río Cuarto ha causado un justificado estupor por la falta de previsiones y por las circunstancias en las que se produjo la tragedia. El laboratorio de la Facultad de Ingeniería de la universidad cordobesa explotó al derramarse sustancias altamente inflamables que provocaron un incendio y estallido en cadena. El accidente podría haberse evitado o atenuado de advertirse que la acumulación en tal cantidad de tambores con hexano resultaba incompatible con el tipo de actividades y las condiciones de seguridad en las que éstas se desarrollaban.
Lamentablemente, esta clase de tragedias se reiteran en nuestro país y encuentran sus motivos en la imprevisión, la irresponsabilidad y el deterioro de los espacios edilicios y públicos. Pequeños accidentes o conductas de riesgo terminan ocasionando graves consecuencias y pérdidas de vidas. Lo ocurrido en Río Cuarto evoca así el incendio de Cromañón, voladuras en establecimientos fabriles o motines sangrientos en las cárceles.
Recién cuando sobreviene una tragedia se cobra súbita conciencia de las múltiples situaciones de riesgo grave con las que convivimos a diario. Lo ocurrido en la Universidad de Río Cuarto reclama responsabilidades y es otra invitación urgente a reemplazar la desidia, la negligencia y la indolencia por el cumplimiento de las condiciones mínimas requeridas para desarrollar, en este caso, actividades académicas y de investigación.
Días atrás escuchaba las declaraciones de una señora, miembro de una organización que pelea a brazo partido por la cuestión de la seguridad vial (lamentablemente no registré el nombre), que decía que no se puede hablar ya de accidentes sino de incidentes viales.
Explicaba con mucho criterio que ya no se puede llamar accidente, con todo lo casual y fortuito que este tiene, a lo que a todas luces esta relacionado con la imprudencia, la falta de sentido común, la desidia y la falta de aprecio por la vida humana, que son los componentes centrales en la mayor parte de los incidentes viales. Por eso ella los llama así.
En el caso de la explosión en Río Cuarto, podía hablarse casi con total seguridad en los mismos términos: descuido, imprudencia, desatención e improvisación son términos que tiñen cualquier análisis al respecto.
Pero en este caso no estamos hablando de comerciantes o empresarios inescrupulosos o autoridades desaprensivas, sino de profesionales instruídos en la materia que aprendieron (no me animo a escribir «que sabían»…) sobre riesgos y precauciones en el tratamiento de los materiales que estaban manipulando.
¿Tan distraídos estamos? ¿Tan escaso valor tiene la vida humana? ¿Tan inevitable es actuar sin pensar o con temor? ¿Tan importante es un cargo como para ver y callar? ¿Tan ocupados estamos como para no supervisar?
Es cierto: lo sucedido en Río Cuarto reclama responsabilidades. Pero también reclama que los que tienen que pensar lo hagan. De otra manera estaremos yendo directo a matarnos unos a otros por… accidente, digamos.
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