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El Libertador de América, un hombre sencillo

La imagen corresponde a uno de los dos daguerrotipos tomados en serie en París, en febrero de 1848, a pedido de su hija Mercedes. Esto es, dos años antes de su muerte. Al respecto de esos tiempos cuenta Felipe Pigna hoy en su habitual columna de los domingos en Clarín:

El general que había liberado medio continente, vivía en su exilio europeo de la renta que le producía el alquiler de una casa en Buenos Aires y de la solidaridad de algunos amigos como el banquero Alejandro Aguado, quien lo ayudó a comprar una casa en Grand Bourg, a siete kilómetros de París y le aseguró una vejez tranquila cediéndole parte de su fortuna, según lo cuenta San Martín: «Esta generosidad se ha extendido hasta después de su muerte, poniéndome a cubierto de la indigencia en lo porvenir».

Hacía tiempo que los gobiernos de Argentina, Chile y Perú no le pagaban puntualmente sus pensiones. Así describía San Martín su vida en Francia: «Paso, en la opinión de estas gentes, por un verdadero cuáquero; no veo ni trato a persona viviente; ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi pequeño taller de carpintería; por la tarde salgo a paseo, y en las noches, en la lectura de algunos libros y papeles públicos; he aquí mi vida. Usted dirá que soy feliz; sí, mi amigo, verdaderamente lo soy. A pesar de esto ¿creerá usted si le aseguro que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad? Y, ¿sabe usted cuál es? El no estar en Mendoza. Prefiero la vida que hacía en mi chacra a todas las ventajas que presenta la culta Europa».

Para que su corazón «descanse en Buenos Aires», tal su última voluntad, hubo que esperar hasta el 28 de mayo de 1880. Semejante demora, dice Pigna, quizás tuvo que ver con que a los poderosos de entonces los perseguía la frase de don José:

«En el último rincón de la tierra
en que me halle
estaré pronto a luchar
por la libertad».

José de San Martín
1850 – 17 de Agosto – 2008

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