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Hasta los peces lo saben: es mejor trabajar en grupo

Un pececito de la especie Gambusia affinis, más conocido como pez mosquito por su preferencia gastronómica hacia ese molesto culícido que abunda más de lo deseado en nuestra región, ha hecho un gran aporte a lo que algunos pensabamos era una obviedad: dos cabezas piensan mejor que una. Pero que mejor que una confirmación empírica, ¿no es cierto?

El hecho es que unos invetigadores australianos hicieron sus pruebas con un grupo de estos peces, colocando dentro de laberintos con forma de letra «Y» animales solos, en pareja y en grupos de 4, 8 y hasta 16 individuos.

En uno de los brazos de cada laberinto colocaron también una réplica de un depredador de esta especie. Luego se dedicaron a observar, y hallaron que mientras los que estaban aislados elegían el camino que los alejaba del depredador tan sólo en el 50% de los casos, los peces en grupo escogían con más frecuencia el camino correcto, alcanzando hasta un 90% de acierto cuando el grupo estaba formado por 16 miembros. En otras palabras, cuanto más grande era el grupo, mejor era la toma de decisiones.

Este descubrimiento se publicó en un artículo titulado «Fast and accurate decisions through collective vigilance in fish shoals», firmado por Ashley Ward y sus colegas de la Universidad de Sidney, Australia, en el último número de la revista PNAS.

La conclusión de los científicos es que los resultados obtenidos podrían aplicarse a la toma de decisiones colectivas en humanos, de los mercados financieros o de los miembros de un jurado, por ejemplo.

Por supuesto, la experiencia con humanos tampoco deberá incluir anzuelos con carnada…

Fuente: Muy Interesante

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Jugando con los amigos.

Ya comenté alguna vez mi admiración por esa rara habilidad de Román Mazilli, editor de Campo Grupal, para encontrar, recordar, rescatar aquellas perlitas que nos hablan al corazón y a la razón sobre la sensibilidad. Ahora publica en su perfil en Facebook un texto rescatado de las «Crónicas del Angel Gris» del genial Alejandro Dolina, que quiero reproducir aquí yo también porque representa mucho de lo que anhelo y rescato cuando genero o participo de un proyecto. Pero sin tantas explicaciones, sólo sensibilidad, este es:

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos.

Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige, alternadamente a sus futuros compañeros. Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el equipo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.

Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó, que sus decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber que sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.

Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

Alejandro Dolina, «Crónicas del Ángel Gris»

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