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Golombek en Rosario, o el placer de hablar de ciencia

Lo cuento, tarde pero seguro. El 28 de octubre pasado estuvo en nuestra ciudad el Dr. Diego Golombek. Tal como anticipáramos días atrás, Aula Santillana nos invitó al encuentro “Ciencia en el aula. Del laboratorio a su mesa y viceversa”, que tuvo lugar en el Salón Blanco de la Sede de Gobierno, y en el que Golombek nos fascinó, divirtió y emocionó hablando de… ¡ciencia!

Fue una jornada realmente excepcional. El Dr. Golombek nos paseó por una casa imaginaria para que veamos ciencia en cada rincón, en los objetos, en las acciones y reacciones de nuestro cuerpo, siempre fiel al estilo al que nos ha acostumbrado desde su programa de TV «ProyectoG»: por qué movemos los ojos al dormir, por qué cantamos en la ducha, los cambios en el concepto de belleza -con algunos ejemplos y juegos sorprendentes-, y muchas curiosidades más. Nos llevó, y en el camino nos cruzamos con Poe, Snow, Sax, Popper, Huxley, Einstein y tantos otros, que nos fueron contando cosas por boca de Diego. Y también con Jim Morrison, por qué no.

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Recursos sin método, o saltando de la sartén al fuego.

Este excepcional video que publicó Iván Esteban en su Aula Mágica, titulado «¿Tecnología o metodología?», refleja no sin ironía lo que sucede con la incorporación de las nuevas tecnologías en el aula sin saber para qué, es decir, sin que se modifiquen métodos y prácticas, una cuestión que abordamos en este espacio con insistencia.

Está en portugués, pero ante la universalidad de la cuestión es imposible no entenderlo. Salvo, claro, que uno sea de aquellos peores sordos.

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Escritora se pregunta: ‘¿A la escuela le importa la escritura de sus docentes?’

Quién se pregunta esto es la escritora y docente Angela Pradelli, premio Clarín de novela, en una columna de opinión publicada ayer por ese diario. Pradelli afirma allí que «existe escasa estimulación, cuando no desdén o boicot, para que maestros y profesores desarrollen textos con riqueza y claridad en beneficio propio y de sus alumnos».

El punto de partida de esas reflexiones según ella misma lo explica, es la entrega de premios del concurso literario organizado por la Dirección General de Escuelas y dirigido a los docentes escritores de la provincia de Buenos Aires, que hace unos días se llevó a cabo en la Feria del Libro. Y afirma: «que las autoridades bonaerenses promuevan la escritura de sus maestros y profesores y que los premien por eso es un signo social que reconforta y que las escuelas deberían apoyar con gestos claros y concretos.»

Que importante es que alguien con oficio de escritor lance semejante desafío, porque ese es otro tema que necesita ser revisado. Y si bien la escritora se refiere primariamente a textos literarios, inmediatamente me hizo pensar en el enorme esfuerzo que significa para la mayoría de los docentes escribir, ya no literatura sino simplemente los textos con los que se va a trabajar en clase, porque el sistema remunera solamente las horas frente al aula y muchos deben sumar horas para poder subsistir. Mientras tanto, editoriales en un extremo y fotocopiadoras, en el otro, de parabienes.

Pero no quiero desviar la atención del punto focal que aborda la escritora, quién cuenta su experiencia y dice:

Ni la publicación de los libros ni el ingreso al mundo editorial me empujaron a dejar la cátedra. Por eso duele escuchar la pregunta de por qué sigue una escritora enseñando en las escuelas secundarias. La inquietud revela una construcción social: la noción de que la escritura y la docencia son dos prácticas que no conviven. Y la idea también de que la escuela es un lugar del que hay que irse lo antes posible. Son pocos los que entienden que la escritura, como una savia que corre por vasos comunicantes, alimenta también la cátedra. La escritura es un instrumento con el que construimos pensamiento y es también el vehículo para que las ideas se liberen de prejuicios, se aclaren, se enriquezcan, se ahonden.

Es la escuela la primera responsable de enseñar a escribir y garantizar en las aulas las prácticas de la escritura. Imaginemos un país en el que maestros y profesores sean verdaderos productores de textos, escribas eficaces que tomen la palabra y construyan textos de circulación social. En la realidad diaria, no sólo estamos lejos de alcanzar ese estado sino que, aun peor, en algunas escuelas las autoridades se envalentonan en su propia mediocridad y menoscaban la práctica de la escritura.

Convengamos también que tampoco abundan estos concursos y que es una rareza que los organismos oficiales los convoquen. ¿No es en la escuela acaso donde deberíamos entrenarnos todos, alumnos, maestros y profesores, como escribas eficaces de textos que argumenten con solidez, que describan con precisión, que expliquen con claridad y que narren historias con soltura y pericia? ¿No debería la escuela ser ella misma una usina verdadera e inagotable de textos?

Sin embargo, y decir esto también es un dolor, algunas instituciones se empeñan en negar tanto la importancia de la escritura como la necesidad básica de convertir las escuelas en verdaderas canteras de escritores. Conozco de cerca la situación de los docentes cuestionados en sus escuelas por intervenir con sus escrituras en los espacios sociales. Son instituciones incapaces del diálogo propio de sociedades democráticas y, necias a aceptar ideas distintas a las suyas, pretenden ejercer la censura de otras voces. Entre sus funciones más importantes los directivos deberían priorizar la promoción de la escritura en sus comunidades educativas y la preocupación por alcanzar un nivel de excelencia en la escritura institucional.

Pero estamos tan lejos de eso. A cambio tengo una colección cada vez más completa de textos redactados por directivos que avergüenzan por su prosa, tan defectuosa y desarticulada que hasta los mismos alumnos, estudiantes del secundario, detectan los errores. Son escrituras que ponen en relieve el grado de ignorancia respecto al lenguaje de quienes deberían ser los primeros en asesorarnos en el uso de la palabra.

Finalmente, Angela Pradelli se permite un anhelo:

Trabajemos para que en la docencia se escriba cada vez más y mejor, y que las obras desborden los certámenes. Para ello, los organizadores tendrán que superar los obstáculos que ponen aquellos que dentro de las escuelas se empeñan a diario en hacer abortar las propuestas superadoras y liquidan su responsabilidad de difusores y motivadores colgando la información en una cartelera, seguros tal vez de que la delgadez del alfiler sostendrá por poco tiempo esa convocatoria que pronto hará aumentar la pila de papeles que se archivan.

La columna completa se puede leer haciendo clic aquí.

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Más sobre internet en la escuela

Muy interesante la nota publicada en Educ.ar sobre algunos aspectos negativos implicados en la prevención de los «riesgos de internet».

Personalmente adhiero a todos los conceptos vertidos allì, aunque no coincida con eso de «matar al mensajero», culpando al redactor del periódico por su nota, imbuída del error general que sobrevuela la cuestión internet. Si los expertos no alzan la voz y no participan de la discusión, alguien va a tomar su lugar. Hace falta hacer docencia. Mucha.

Sin embargo, y a pesar del caracter meramente comercial que se le da a las campañas de las empresas, también adhiero a ellas, no por ser yo ignorante del negocio fenomenal que representan los softwares de seguridad, sino porque también sirven para alertar sobre los riesgos ciertos.

Lo importante es que toda la discusión no empañe la revolución fenomenal que representa internet para la comunicación entre las personas. Estas mismas líneas, ¿serían posibles sin internet? No creo. En todo caso, estarían restringidas a un grupo limitado de lectores cercanos. En cambio ahora están publicadas a la vista de todo el mundo, y sin restricciones ni censura. Lo que escriba estará condicionado sólo por mi capacidad de expresar el mensaje.

¿Qué otro medio permite esto? Ninguno. No al menos con este alcance. Esto es parte de la naturaleza misma del medio. Sin restricciones, sin controles y sin dueños.

Ahora bien, el control de lo que se ve y se lee por internet se trasfiere de este modo al lector/observador. Qué ver, qué leer, qué escuchar, es prerrogativa y privilegio del receptor. En el mejor de los casos, tanto el emisor/generador de contenidos como el receptor deber ser educados para el intercambio, la lectura, la crítica, la ponderación, el análisis, el desenmascaramiento llegado el caso.

Que oportunidad se presenta ante el educador, de preparar individuos capaces de comunicarse, de emitir y recibir críticamente información para su provecho y el de los demás.

Las conductas extraviadas que se observan en internet son nada más que el reflejo de las diferentes conductas de los seres humanos. Decíamos alguna vez que el que delinque usando internet es un delincuente, esto es independiente del medio que use.

Protejamos a nuestros chicos enseñándoles lo bueno, y no sólo hablando de todo lo malo. En el aula hay mucho para proponer, desafiar, aprovechar creativamente. Si requerirá en todo caso una disposición al trabajo creativo que permita la aplicación de las buenas ideas que surgen del aprendizaje eficaz.

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Del dicho al hecho…

…Hay mucho trecho. Esa frase, típica de la abuelita, se ajusta muy adecuadamente a los dichos de ciertos teóricos de la tecnología. Y ni que hablar de los políticos.

En el último seminario del que participé se habló de aulas virtuales, nuevas tecnologías, etc. Todas cosas maravillosas a las que muchos dedicamos tiempo, estudio y trabajo. Pero mientras hablaban los disertantes (en particular, cuando lo hizo una representante del estado), se me ocurrió que cuando quisiera aplicar algunas de esas teorías sería bastante difícil de lograr, algo así como pretender teorías de Europa del norte en Africa central.

Me explico. Cuando el docente necesita quitarle tiempo y recursos a otras cosas para poder capacitarse, para desarrollar proyectos, para investigar, porque las escuelas (el sistema en general) pagan solo las horas frente al aula, es difícil reconocer que las nuevas competencias tecnológicas para todos los docentes son una realidad para la cual el docente debe capacitarse. Y estas son teorías que son sólo aplicables con docentes dedicados tiempo completo, que no tenga que correr de una escuela a otra para completar un sueldo magro.

Con sueldos pobres y sin soporte económico para el estudio, la investigación y la capacitación, es sumamente difícil progresar. Podría decirse, y con serias dudas que eso sea totalmente así en todos los casos, que sólo la universidad provee un margen para las actividades de investigación. El resto, poco y nada.

Las teorías más brillantes mueren de cara a la realidad si no se adecúan a ella. No estoy hablando de «nivelar hacia abajo», negando el avance y la capacitación tecnológica, sino de que la cuestión académica sea resuelta siendo conscientes de la situación real del país, y consideando que cada integrante de la comunidad docente es parte fundamental para que el sistema funcione.

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