Alertábamos, en el inicio mismo de la cuarentena y las clases virtuales, sobre la falta en el país de estrategias para la capacitación docente en el uso de las nuevas tecnologías. Y en aquel momento, lo que parecía una exageración -la compraventa de “humo informático”, aquellos discursos de los gurúes del marketing y la venta digital que hablan de educación, en lugar de una capacitación en serio para todos los docentes- hoy, quedaría demostrado, no solo produce metafóricamente víctimas del virus más mortal, la ignorancia, sino algo más real y concreto: el estrés, el cansancio, la frustración y hasta daños en la salud de los docentes.
Al menos así lo demostraría un artículo publicado el pasado 19 de agosto en Redacción Rosario y firmado por la periodista Marcela Isaías, titulado «Pantallas sin tiempo». Un párrafo de la nota tal vez resuma el tenor de las vivencias docentes y sus reclamos:
El doble o el triple de trabajo. Muchas horas frente a las pantallas y otras tantas preparando las clases para una modalidad que la mayoría aprendió sobre la marcha. Todos los recursos salen del propio bolsillo docente: desde celulares hasta computadoras, además de los gastos para sostenerlos (pago de datos móviles, abonos de internet y mantenimiento de equipos). Tan es así que las clases dependen del aporte directo que hace la docencia. Es decir, son quienes en este momento sostienen la enseñanza. Aún así, aseguran que no siempre se valora la tarea que hay detrás del armado de una clase virtual; es más, han escuchado recriminar a las familias: ‘Mandan un videíto y listo’.
Así, la periodista recoge diferentes testimonios que describen lo heterogénea que es esta educación, desde sentirse acompañados por las instituciones o bien trabajando como en un call center.
El Ministerio de Educación provincial convocó a una capacitación docente, apenas terminado el receso de invierno: contrariamente a lo esperado y por lo intempestivo de la noticia, cada escuela decidió abordarla de acuerdo a su conveniencia -o intereses, por cierto- añadiendo aún más desconcierto y más presión.
Órdenes y contraórdenes de parte del Ministerio, salarios congelados, escuelas privadas que presionan para satisfacer a las familias, inestabilidad y sobrecarga, y hasta tarea social -entrega de bolsones para que no falte comida, en las zonas desfavorecidas-, son parte del menú diario de dificultades que perciben los docentes. Esto, sumado a la situación de algunas familias, desbordadas de trabajo.
Exigencia, exigencia y más exigencia parece ser la realidad actual que viven los docentes, una realidad que golpea.
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