Si hablamos de la falta de alfabetización en cuestiones de seguridad y de utilización productiva y aún ética de internet, me dirá usted seguramente, lector, que el consumo desaforado, proliferación de contenidos inconvenientes y hasta ofensivos, el sensacionalismo, la estafa, las noticias falsas y otras desgracias humanas existen desde siempre. Pero es innegable que en estos tiempos se han exacerbado estas conductas hasta límites que no hubieramos imaginado en otras épocas.
Igualmente innegable es el asedio a la privacidad que se inició hace 20 años, el 4 febrero de 2004, con el nacimiento de Facebook, que inaugura la etapa de las redes sociales omnipresentes.
Algunos especialistas llaman a esto la «segunda revolución de internet», evento que se emparenta y se ve potenciado con la aparición del iPhone en junio de 2007. Se inicia así la era de los “comerciantes de la atención”, al decir de Tim Wu.
Es un hecho probado que herramientas como estas aumentaron la rapidez de las comunicaciones, facilitando la difusión y la participación en tiempo real, pero pocos se dan a la tarea de hacer las veces de editores, es decir, aquellos que verifican la veracidad, precisión y calidad de la información que circula.
En esta suerte de plaza pública que habitamos en modo digital necesitamos de normas de etiqueta, esto es, aprender códigos que prevengan la discordia, los insultos, la hostilidad y el enojo. La alfabetización que nos debemos es casi una revolución: decidirnos a ser amables.
Desconectarse ya no parece posible. Todo en lo cotidiano gira en torno a una red o a una plataforma. Pero el reciente impacto de los chat de inteligencia artificial y los debates que se generan a partir de su masificación parecen demostrar que hay otro debate pendiente: qué es necesario, y qué es superficial y debe evitarse en la interacción con estos sistemas. Usamos internet para el trabajo pero no establecemos cuanto y cuantas horas; nos entretenemos con las platafomas de contenido pero somos capaces de sumergirnos toda una tarde en una serie policial; acumulamos en las redes contactos que nunca vamos a conocer personalmente, sin conocer sus intenciones. Y así en más.
En esta celebración de los 20 años de Facebook y de nuestra experiencia en las redes sociales -hubo otras antes, pero nunca con la trascendencia de esta-, si hay algo para celebrar, que sea nuestra decisión de renovar la atención, el cuidado al detalle, la capacidad de análisis y de uso criterioso de estas herramientas, construyendo una identidad digital de provecho para nosotros y para aquellos con quienes entramos en contacto en nuestras actividades en red.