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Tecnología movil y escuela: una nueva oportunidad perdida, y van…

Argentina, tierra de (perder) oportunidades, está a las puertas de perder una más, y una vez más en el campo de la educación y las nuevas tecnologías.

La realidad es que nuestros chicos incorporaron hace ya tiempo la tecnología digital movil a lo cotidiano, entonces estamos lidiando en parte con la dificultad de los chicos pero mucho más con la dificultad del adulto en generar nuevos modelos que produzcan un cambio real en  la educaciónLa llegada del ChatGPT y las tecnologías de inteligencia artificial al aula es otro caso: interpela, no tanto a los chicos sino a nosotros y nuestras prácticas.

Ya en marzo de 2006 veníamos advirtiendo que «hay cuestiones que la escuela no puede -y a veces no sé si quiere- manejar, porque la resistencia a las nuevas tecnologías fue históricamente casi un paradigma. ¿Cuanto tiempo tardó en aceptar el boligrafo? ¿Cuanto se está tardando en construir espacios que acomoden a todos, aun a los de diferentes capacidades? ¿Cuanto tiempo se va a tomar discutiendo sobre los celulares? «

Por si no lo recuerda, estimado lector, estamos hablando de móviles como estos:

Vale destacar que aquel debate, aunque incipiente, ya se estaba anticipando a lo que vendría: muchos expertos anunciaban (y alertaban) sobre lo que sería posible con esa tecnología, que aunque aun en pañales ya se vislumbraba como la revolución móvil que finalmente fue. 

Al año siguiente, 2007, participé en una mesa-debate televisiva junto a especialistas de diferentes disciplinas, acerca de los celulares y la dependencia tecnológica. Allí también se anticiparon muchos de los logros y dificultades que vendrían con estas tecnologías incipientes. Por cierto, la dependencia hacia esos aparatos que ya se anticipaba en aquel debate, se cumplió y con creces.

Anticipando el futuro

En ese mismo año, la publicación económica MateriaBiz publicaba un extenso artículo sobre «el celular del futuro», en el que todo lo que se anticipaba sobre el futuro del movil se ha hecho realidad hoy.

Tiempo después analízábamos el problema de la incorporación de las nuevas tecnologías desde otro ángulo, el de los significantes, hablando sobre la importancia de los contenidos más que de las modas:

«El libro, el pizarrón, la tiza, el banco, el aula, el taller, la escuela (…)  estas eran algunas de las tecnologías que usabamos en mi época de escolar. Muchas de ellas cambiaron radicalmente en función de un cambio de teoría: a modo de ejemplo, el banco fijo en hilera del conductismo dió paso al más constructivista pupitre libre con silla, en franca evidencia de que la escuela -a diferencia de lo que afirman algunos iluminados– sí sabe que hacer con las tecnologías, aunque a veces se sobresalte y no reaccione de inmediato, porque entiende que ellas acompañan formas y modos de educar, y también ideologías, según sean aceptadas y utilizadas o desechadas (…) El problema de la incorporación de los cambios tecnológicos en la escuela, y de las nuevas tecnologías en particular, parece ser que también se espera que cambie la forma en que suele cambiar, valga el juego de palabras. La tecnología en la escuela siempre cambió cuando se «llenó» de contenido -nuevas teorías, nuevos usos, nuevas disciplinas, nuevas necesidades. Ahora parece no hacer falta el contenido: con que esté de moda basta. Cuando hablan los tecnólogos, «mercadólogos», economistas, gurúes y otras especies dentro de la fauna de opinólogos– la escuela siempre está errada. Pero no nos equivoquemos: la escuela va a incorporar todas estas tecnologías nuevas cuando pueda -podamos- ‘llenarlas’ de contenidos en función de mejorar los aprendizajes, razón última de ser de la escuela.»

Todo esto sucedía, vale aclarar, en el contexto de la prohibición del celular en las aulas por parte del poder legislativo santafesino en el año 2006. Aparentemente esto no hizo mella en el municipio rosarino, dado que en 2009 llevó a cabo su Campamento Digital usando celulares. Contradicción pura, y en el medio los docentes, los chicos y la escuela.

¿Qué podía salir mal? Por desgracia, casi todo.

Los riesgos que ya se avizoraban

Sigamos. En el año 2010, un estudio del Ministerio de Educación alertaba sobre que el 95% de los chicos no creía en los riesgos de Internet, mientras que el 75% de ellos sostenía que todo lo que se dice en la red es cierto. Cómo una respuesta a esta problemática, el programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación publicó en Internet una guía titulada «Los adolescentes y las redes sociales», un trabajo en el que se brindaba un panorama de los riesgos de la Web y consejos para saber cómo manejarse en Internet manteniendo la seguridad personal. La doctora Roxana Morduchowicz, una de las autoras del trabajo, anticipaba en aquel momento que «de acá a cinco años, los chicos van a acceder más a Internet por el celular que por la computadora. Y como el celular es personal, va a ser más difícil saber para qué lo usan».

Repito: año 2010. Suena familiar, ¿no es cierto?

Volviendo al año 2008, en otra mesa de debate que participamos cuyo eje era la capacitación docente en las nuevas tecnologías, se elaboraron algunas conclusiones y propuestas a la necesidad de dicha capacitación.

Se dijo que, teniendo en cuenta que los chicos sabían usar muy poco y sin un sentido claro como funcionan y para qué sirven esas tecnologías, y que como consecuencia necesitaban entender sobre los beneficios y también sobre los riesgos en su uso, comprendiendo además que hay una gran carga de autonomía y libertad en el uso de estas herramientas, los chicos necesitaban adquirir nuevas competencias, por lo que se requería de docentes formados para proveerlas -en el sentido de aprovisionarlos, de darles lo necesario para el resto del camino.

¿Cuál fue la respuesta? Se quitó la materia Computación de la currícula, de modo tal que a partir de allí ya no hubo espacio ni la consiguiente capacitación de docentes para el área específica. 

El celular, ese enemigo

En 2012 arreció la batalla contra los celulares.  Asunto muy mediatizado, tuve oportunidad de participar en algunos informes elaborados por los medios en los que ya observaba claramente que esta contienda era de muy difícil resolución y se daba principalmente en la escuela. Vaya paradoja, justamente en el ámbito que se les temía hasta el rechazo y la prohibición.

En este rincón, aquellos que se apresuraban a prohibir todo dispositivo digital en la escuela, ludditas involuntarios producto de su propia ignorancia más que de una reflexión sesuda. En el otro rincón, aquellos que veían en las nuevas tecnologías la solución a todos los males de este mundo. Y en el medio los niños dentro de un aula que, por centenaria, todavía dependía -y depende-, de una pizarra, de fotocopias y de la buena voluntad de un docente tan abrumado como todos por la imposición -o carencia- de soluciones tecnológicas.

Pareciera ser, además, que ante la falta de un árbitro -siguiendo con la metáfora boxística- competente, informado y formado en estas cuestiones de la realidad del aula, los medios toman ese lugar y plantean con más o menos buenas intenciones el problema, convirtiéndose así en uno de los pocos lugares públicos para debatir estas cuestiones. Aunque, convengamos, no sería el indicado.

Salir de la incertidumbre

Muchos planteamos en reiteradas ocasiones la necesidad de resolver las contradicciones y de establecer acuerdos en cuanto al uso de las nuevas tecnologías en el aula. La resistencia del sistema ya fue vencida: ya se metieron de prepo en lo cotidiano y, sin dudarlo, en la escuela. Porque claro, que es la escuela sino el reflejo de la vida como un todo, no solo de lo que pasa entre sus paredes.

Reivindicar hoy el espacio-aula como el lugar más relevante de la escuela por encima del valor de los recursos digitales, se parece mucho a una confesión de incertidumbre. La escuela, los adultos que la habitan, se exigen cerrarse sobre si mismos y proteger ese territorio que temen perder. Pero años después la realidad nos demuestra que aquella resistencia fue vencida y el mundo digital se metió con toda su prepotencia en la escuela.

Aquella incertidumbre convirtió a sus referentes adultos, en tal vez demasiados casos, en espectadores absortos que solo atinan a criticar aquello que los confunde: la nueva realidad de chicos hiperconectados que reclaman nuevas maneras de organizarse, de aprender, de cuestionarse, de actuar y aún de ser.

Y qué decir de lo vivido durante la pandemia de 2020/21, con docentes casi quemados por la sobreexigencia, familias confundidas y asustadas pero igualmente demandantes, y escuelas expuestas en contextos tan disimiles que hicieron improbable un aprendizaje igualitario.

Haciendo un intento por analizarlo,  decíamos que existió, «por un lado el solucionismo, como lo llama Evgeny Morozov, esto es, pensar que todo se soluciona a partir de un sistema informático, que la solución a todas las cosas mágicamente sucede porque hay un algoritmo trabajando. Es una fantasía, porque en realidad técnicamente puede funcionar, pero hay toda una cuestión social detrás de eso que, si no se contempla, termina frustrando a todo el mundo. Y por otro, el «imposicionismo». El investigador Fernando Trujillo decía por aquellos días en Twitter, “¿no hubiera sido hermoso que, en lugar de lanzarnos a una docencia online inmediata, improvisada, nos hubieran dado las instrucciones para trabajar?” . 

Pero no, en la mayoría de los casos fue pura imposición, «hay que hacerlo y ya».

Nuevos riesgos, nuevos desafíos

Ahora, a los riesgos y dificultades que se presentan por no haber desactivado esta bomba a tiempo, se suma la ludopatía en los niños y adolescentes, un problema que se acrecienta y afirma a partir de la facilidad de acceso a los sitios de apuestas y la influencia de personajes nefastos a los que los jóvenes tienen acceso por su presencia en las redes sociales.

Suena a paternalismo advertir, «se los dijimos», pero lo cierto es que diferentes actores y entidades venimos enfatizando desde hace años sobre la necesidad de trabajar estos contenidos desde espacios específicos en todos los niveles académicos, a fin de abordar no solo la problemática técnico-cientifica de la materia, sino y fundamentalmente, las cuestiones sociales que son, en definitiva, la principal causa de las trabas que aparecen al pretender hacer un uso práctico, funcional y concreto de los medios que nos provee la tecnlogía. 

Ya se perdió mucho tiempo en debates superficiales y el mal manejo político del problema. Es tiempo de hacer. No perdamos esta nueva oportunidad.


Cómo evitar el hackeo de tu teléfono

Cada tanto volvemos a recordar y actualizar ciertas advertencias y sugerir algunas claves útiles, a fin de lograr la protección de nuestra privacidad en el uso de los dispositivos digitales que usamos habitualmente.

En esta ocasión, presentamos un video desarrollado por Platzi, escuela de tecnología. Vale la pena echarle un vistazo y seguir las útiles recomendaciones que propone.

Más información en: «Contraseñas más fáciles de hackear en celulares y cuentas»

Memoria de la pandemia: solucionismo e imposición en cuarentena

[Comparto aquí mi intervención en el Foro de ADICRA 2023 en Rosario]

Alguien alguna vez dijo que el estado natural del usuario de informática es la frustración, y un poco en broma y un poco en serio, esto hace que haya tanto mouse y teclado roto… Más allá del chiste, está la cuestión de que se nos sometió y somete a una manera de trabajar que tiene tantas limitaciones y tiene tantas frustraciones.

Por un lado, el solucionismo, como lo llama Evgeny Morozov, esto es, pensar que todo se soluciona a partir de un sistema informático, de que la solución a todas las cosas mágicamente sucede porque hay un algoritmo trabajando. Es una fantasía, porque en realidad técnicamente puede funcionar, pero hay toda una cuestión social detrás de eso que, si no se contempla, termina frustrando a todo el mundo.

Y por otro, lo que yo llamo «imposicionismo». El investigador Fernando Trujillo decía por aquellos días en Twitter, “¿no hubiera sido hermoso que, en lugar de lanzarnos a una docencia online inmediata, improvisada, nos hubieran dado las instrucciones para trabajar?”

Eso es la imposición. Yo tenía a mi madre en Buenos Aires y la última vez que estuve con ella, en enero del 2020, había recibido recientemente la tarjeta del banco con su jubilación, pero iba todos los meses a cobrarla al banco, y fue un descubrimiento cuando la llevé al cajero y le mostré como usarla y como comprar y pagar con ella. Todo un mundo que para ella no existía. De hecho, la tarjeta estaba vencida, hubo que pedirla de nuevo. Y era una ventaja, un servicio, era una ayuda que tenía desde hacía varios años. Entonces, no funciona imponer la tecnología, como no funciona tampoco pensar que es la solución a todos los males.

Dicho esto, ¿qué pasaba con esta cuarentena? Nos caían encima toneladas de consultas de gente que se encontraba en la obligación de hacerlo, y en el 99% de los casos con la pasión detrás de querer hacerlo, pero con la limitación del solucionismo y la imposición, que hacen que sea más un estado de frustración que de satisfacción por la solución tecnológica.

Sabemos que la tecnología tiene sentido cuando brinda una solución. Cuando trae un problema, ya es otra cosa. Como escribiera David Dickson en el clásico Tecnología Alternativa, «los problemas sociales asociados a la tecnología no provienen de la propia naturaleza de la tecnología sino de cómo se usa». Por eso no se produce un cambio genuino.

Hacemos lo mismo pero le cambiamos el soporte, y no sé si es esa una transformación real. Es decir, filmarnos en un pizarrón y subirlo a YouTube o mandar como tarea leer un libro digital en lugar de leerlo en papel, está bien, no estoy criticando. Lo que estoy diciendo es que cambiar el soporte únicamente no sirve. Tiene que haber una transformación real, un valor añadido que le pueda dar a esto que estoy utilizando.

Es decir, en lugar de buscar un mapa usar Google Earth y viajar por el mundo, o usar un sitio de un museo en 360 grados por ejemplo, ese tipo de cosas le dan el valor agregado que no tenemos en otros soportes. Pero para eso se necesita estar informado, estar enterado, estar capacitado, saber que existen esas cosas, porque si no nos quedamos en esto de reemplazar el soporte, que no deja de ser válido porque tiene su comodidad, tiene sus ventajas, pero no es la transformación profunda que estamos proponiendo.

En plena implementación del programa Conectar Igualdad participé de un encuentro en el que expuso alguien de la UNR, que actuaba como entidad veedora para nuestra región, y mostraba orgulloso como, en una escuela en una isla frente a la central de Itaipú los chicos usaban netbooks en vez de libros. Yo le pregunté, “Bárbaro, ¿Y? ¿Cuál es el cambio?”  Pero claro, el riesgo de esto es el de ser tildado de ludita

Leer a Michel Serres y su Pulgarcita me produjo una pequeña revolución, porque lo que plantea ahí es que en realidad el problema está en que los que quieren reformar parten de modelos que ya son perimidos. No hay una revolución en esto. Entonces estamos tratando de modificar la situación basándonos en modelos que ya no tienen más vigencia.

Un ejemplo muy gráfico: se prohíbe el celular en la escuela. Entonces, en lugar de incorporar la herramienta, se prohíbe, ¿Por qué? Porque los que plantean esas cosas lo hacen en base a modelos que ya hace tiempo son perimidos, que ya no tienen más vigencia. Entonces nos chocamos con esto: si queremos modificar y estamos escasos de ideas es porque en realidad no tenemos de dónde abrevar para tomar esas ideas.

Y, por otro lado, cuando hay una bajada de línea es por imposición. Y qué decir del hecho de que mientras la provincia de Santa Fe prohibía por ley en 2006 el uso de celulares en el aula, el municipio rosarino hacia sus “Campamentos digitales” en 2009 incluyendo magníficas experiencias justamente, con celulares. Nuevamente releyendo a Dickson: no hay tecnología sin intencionalidad. Seguramente política, en este caso.

Nuestros chicos ya incorporaron esta tecnología hace muchos años, entonces, no estamos lidiando con la dificultad de los chicos sino con la dificultad del adulto de generar nuevos modelos que produzcan un cambio realmente revolucionario en la educación. La llegada del ChatGPT y las tecnologías de inteligencia artificial al aula es otro caso: interpela, no tanto a los chicos sino a nosotros y nuestras prácticas.

Tiempo atrás, estaban arreglando una escuela en Oklahoma, Estados Unidos, y al derribar una pared apareció un pizarrón que tenía más de 100 años, de 1917. Se veían ahí los mismos dibujos, los mismos textos y las notas musicales escritas en el pizarrón, tal como se ven hoy en tantas escuelas.

El pizarrón de 1917

Entonces digo, desde el más profundo respeto, esto: si pensamos en un auto o en una computadora, o en un avión, en 100 años ha habido una revolución impresionante. En la escuela todavía seguimos con el pizarrón y la tiza. Entonces, los que tienen que bajar línea lo están haciendo desde un modelo que ya no existe más, en un mundo que no existe más, con unos pibes que no existen más. Ese es el conflicto que se presenta.

No culpo al docente, una de las vocaciones más nobles que hay. Pero ejerce en un sistema que parece estar complotado para frenar. Es un carro con ruedas cuadradas, todo es burocracia, todo es papeles. Y la gente creativa realmente queda un poco relegada a todo esto. Hay que llenar un libro antes que sentarse a estudiar o sentarse a crear, a diseñar.

En muchos casos todavía hay que presentar el cuaderno firmado y corregido, y no es que sea malo, de hecho ha permanecido por más de 100 años. No es que sea malo, es que el mundo es otro. Entonces, hay otra realidad por la cual moverse y con la cual encontrar soluciones para esto. ¿Cuántos de ustedes trabajaron durante la pandemia creando libretas e informes digitales para que los docentes llenen y envíen a las familias? Yo fui uno de esos. Apenas terminada la pandemia se volvió a las libretas de cartón. Y qué decir de los videos, charlas, explicaciones, etcétera, que fueron nuestro pan de cada día…

Y hay una cuestión que tiene que ver con apurarse para prohibir también, es más fácil prohibir que investigar, que buscar, que ser creativo.

Supuse que justamente, esta situación de pandemia y de exigencia nos pondría a pensar, y que lo primero que sucedería sería capacitar a los docentes, no por si pasa de vuelta una pandemia, sino porque hemos aprendido que hay otro mundo que todavía no habíamos explorado y que tiene que ver con el uso de las nuevas tecnologías para la educación para realmente producir una revolución digital. Pero no.

Sin embargo, solo era cuestión de escuchar:

En lo personal, quise pensar que más allá de o por encima de lo que pudiéramos aprender de esto tuviéramos memoria de lo que aprendimos, que no nos olvidemos de que hemos aprendido mucho en esta instancia y que vamos a sacarle provecho; que no volvamos otra vez a lo mismo, sino que volvamos dándonos cuenta de qué falta y qué falló para poder seguir evolucionando y creciendo.

En definitiva, para trabajar mejor, para trabajar más cómodos, más contentos y sobre todo para darle a nuestros chicos un producto que les sea legítimo, que no sean parte de un sistema, sino que realmente sean ciudadanos del siglo XXI con todas las competencias que necesitan. Que el cambio sea cultural y no solamente de soporte tecnológico.

Muchas gracias.

Misión posible: las medallas de Tokio 2020 provienen del reciclado electrónico

Como comentáramos en la ocasión, abril de 2017 fue el punto de partida para una propuesta poco menos que revolucionaria: en aquel mes comenzaron a colocarse en edificios y comercios de electrónica en Japón, cajas de recolección para que las personas pudieran dejar allí sus dispositivos electrónicos obsoletos. Luego, con el metal recolectado de esos aparatos se confeccionaron las medallas para la competencia olímpica que está teniendo lugar en estos momentos en aquella ciudad.

Las cerca de 5.000 medallas que repartirán los Juegos Olímpicos de Tokio están hechas con material reciclado de dispositivos electrónicos como laptops, smartphones y máquinas fotográficas.

El proyecto permitió reunir casi 80 mil toneladas de descarte para ser recicladas y obtener el material necesario para diseñar las medallas de estos Juegos. De ese material se rescataron casi 30 kilogramos de oro, cerca de 3.500 kilos de plata y otros 2.200 de bronce, los tres metales con que están hechas las preseas para los tres primeros de cada competencia. También la antorcha olímpica fue confeccionada con aluminio reciclado y los podios, con plástico reutilizado.

Aun frente a la resistencia de muchos japoneses por lo inoportuno de la celebración de estos juegos en pandemia, la iniciativa tuvo éxito. Aunque sin alcanzar las cantidades esperadas, fue suficiente para cumplir con la meta propuesta.


Fuente: Telam

Docencia en la pandemia: un relato que es todos los relatos

Claudia Abraham es una amiga de un amigo.

No aparece en los canales de televisión, las radios o los periódicos. No le consultan sobre la pandemia o acerca de la educación en cuarentena. Tampoco se reúne en mesa redonda con aquellos que deciden cosas, como por ejemplo exponernos a los docentes al contagio por presión de los medios o la protesta de algunos padres. Nada de eso. 

¿Quién es? Claudia se define a sí misma, qué mejor, como «solo una maestra que hace 29 años que transita por las aulas de la escuela pública y que apuesta a transformar junto a sus alumnos y sus padres este mundo tan injustamente desigual». Nada menos. 

En esa apuesta rayana a la utopía, que nos hermana a los docentes en la tarea titánica de transformar por medio de la educación, Claudia nos representa a todos los docentes, creemos. De un modo u otro y en mayor o menor medida, su experiencia nos es común y de allí que sea tan valiosa: viene desde el llano y trae consigo el fuego en el que se cocina la realidad de cada escuela, cada alumno, cada familia y que hace probable aquella transformación.

Hasta aquí, una semblanza de quien nos representa, decíamos, con el texto a continuación, que compartimos con nuestros lectores agradeciendo la deferencia de Claudia de permitirnos publicarlo:


Qué pienso, cuál es mi situación.

Partimos de un piso común, que es el de reconocer que el Estado no se hace cargo de brindar herramientas para que docentes y alumnos tengamos acceso a las tecnologías, tanto en lo que implica la compra de computadoras como en lo que refiere a lo específicamente formativo.

En el “mientras tanto” -que ya lleva más de una década y media- muchos docentes nos fuimos comprando computadoras, y las familias de los niños que concurren a las escuelas públicas, incluso aquellas que viven en los barrios más humildes, fueron accediendo a celulares. El mayor problema, en el caso de los chicos, sigue siendo la conectividad. En mi caso particular, fui aprendiendo todo por ensayo y error.

Mi primer vínculo con la tecnología se dio en la segunda mitad de los ’90, cuando tuve que presentar trabajos en la facultad. Por supuesto que para esa época era impensable que pudiera comprarme una computadora; así que escribía los trabajos a mano y me iba a la casa de mi hermana a tipearlos. Digamos que estaba ante una preciosa máquina de escribir que me permitía borrar sin dejar marcas, guardar en un archivo y presentar de manera prolija las monografías y trabajos prácticos que entregaba a mis docentes de la Escuela de Letras.

Corría el año 2005 y yo seguía siendo una maestra pobre, con nulas posibilidades de adquirir tan preciado bien. Como ya tenía varios ciber cerca de casa, me iba allá a “escribir a máquina”.

Un día fui de visita a la casa de mi hermana, y mi sobrino Mauricio -que por entonces tenía 8 años- me dijo: “Tía, ya te abrí un correo. Vení que te enseño a usarlo”. De ese modo comenzó mi primera relación con Internet, lo cual me permitió recibir y enviar mails y leer distintos diarios y publicaciones.

En el año 2007 me compré la primera computadora e instalé cable e Internet en casa. Enorme fue mi felicidad cuando pude empezar a bajar libros que ya no se editaban, videos con música o películas. Escucho lo que decís sobre los dispositivos que se crearon cuando fue la Gripe A y quedo anonadada, porque en las escuelas de periferia como en la que yo trabajo, era impensable que los niños bajaran las actividades de una página web, como sí lo hacían los de las escuelas privadas.

Lo nuestro fue totalmente artesanal. El día en que se dispuso la suspensión de clases, preparamos actividades para un mes, las fotocopiamos para cada alumno y las dejamos en la escuela para que las mamás o los papás las retiraran en dirección.

En el año 2010 abrí mi cuenta en Facebook, y eso me permitió ponerme en contacto con gente del mundo real y el virtual. Entre los de la vida real, están varias generaciones de alumnos y padres. Con esto pude solucionar un problema cuando faltaba algún chico, porque enviaba las actividades por Messenger. También les sirvió a muchas mamás que estaban terminando la escuela secundaria con el Plan Fines o el Programa Vuelvo a Estudiar y me consultaban si tenían una duda, y a otras, que cursaban las carreras de Psicología, Historia o Ciencias de la Educación para que les hiciera alguna corrección de estilo en los trabajos que tenían que presentar.

Al día de la fecha, mi vínculo con la tecnología es el que me permiten mis posibilidades económicas. He tenido que priorizar cuestiones de salud que me resultaron sumamente costosas y no pude actualizar programas ni incorporar una cámara para hacer zoom. Tengo un celular que solo sirve para hablar y enviar mensajes de texto, y la pandemia me llegó en estas condiciones.

Supongo que te preguntarás cómo trabajé este año con chicos de tercer grado a los que apenas había visto seis días (en marzo tuvimos paros de 48 y 72 horas durante las primeras semanas). Como pertenezco al siglo pasado, buena parte de mi vínculo pedagógico ha sido epistolar. Todas las semanas desarrollaba mis clases por escrito, como si estuviera frente al aula, y una vez finalizadas las explicaciones, presentaba las actividades. Utilicé como recursos diferentes tipologías textuales y videos de YouTube.

Una vez armada la clase, se la enviaba por Messenger a una mamá, que se ocupaba de mandarla por WhatsApp al grupo de padres. Esto significa que hubo una importantísima mediación de los adultos para que los chicos pudieran trabajar porque tenían que leerles los textos que yo escribía. Muchos lo hacían desde el celular. Otros imprimían los archivos en una fotocopiadora que está en el barrio. El Ministerio de Educación de la Provincia mandó cuadernillos (una sola serie) en el mes de julio. La dirección de la escuela se ocupó de repartirlos junto con la merienda; algo que se hacía cada 15 días. Como yo ya venía planificando, me pareció que lo más adecuado era seguir trabajando del mismo modo en que lo venía haciendo y seleccionar aquellas propuestas de la publicación que resultaran útiles. De Nación también nos llegó material en el mes de agosto e hice lo mismo (de un total de seis series  nos llegaron cuatro). Sé que en algunas instituciones se decidió trabajar solamente con los cuadernillos y que en otras hubo docentes que optaron por no usarlos. Para mí era importante que también tuvieran contacto con material impreso, sobre todo porque en tiempos de normalidad, siempre armé biblioteca del aula (la mayor parte de mi carrera fue con libros míos y a partir del 2010 con los libros hermosos que nos llegaron de Nación).

Hasta mediados de octubre, cada 15 días, las familias le acercaban los cuadernos a una mamá, que se encargaba de traérmelos a casa en el auto para que yo los corrigiera y a los cuatro o cinco días se los devolvía. Si algún chico tenía alguna dificultad, las mamás me enviaban mensaje por Facebook y yo me comunicaba desde mi teléfono fijo con ellas o con sus hijos para explicarles algo. Había quienes por falta de conectividad no podían bajar los videos, pero tenían las netbooks que los hermanos mayores habían recibido a través del Conectar Igualdad durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Como podían movilizarse en moto porque sus empleos quedaban en la zona céntrica, les cargaba los videos en un pen drive. Hubo un caso de un niño que durante todo el año me mandó fotografías de sus trabajos y yo hacía la devolución por Messenger. Se dieron situaciones de mamás que no podían bajar los archivos porque tenían roto el celular y tampoco tenían dinero para las fotocopias. En esos casos, como tengo un abono mensual con la señora de la fotocopiadora, le hacía la transferencia y las pagaba yo (nada del otro mundo, porque la mayoría de los docentes de las escuelas carenciadas lo hacemos siempre).

A fines de octubre pude cambiar el aumento de los anteojos (tengo un problema severo en la vista). Como ya podía ver las imágenes con mayor nitidez, para que las familias no tuvieran que molestarse, les avisé que me mandaran las fotos con los trabajos de los chicos por Messenger o por mail a través de Google Classroom o a mi correo. Una buena parte lo hizo así. Otros prefirieron traerme los cuadernos a casa porque a los chicos les gustaba ver mi letra. No todo fue lineal a lo largo del año. Hubo momentos en los que se perdía el contacto con los chicos. Cuando esto ocurría, me comunicaba con las familias y el vínculo se retomaba. Sobre un total de 27 chicos, solo tuve dos casos en los que por más que hablé muchísimo, la respuesta fue muy escasa. Charlando con compañeras que cuentan con otro acceso a las tecnologías, me decían que mi situación no era diferente a la de ellas, y muchas de las dificultades que se presentan en la presencialidad, se replicaron en estas circunstancias.

En general, en la comunidad en la que trabajo, el acompañamiento familiar es mayor durante el primer ciclo y puede llegar hasta cuarto grado. En los últimos tres años del nivel, esto se reduce. Estimo que la idea que prima es que una vez alcanzada la alfabetización inicial, ya pueden moverse con más independencia.

Creo que es necesario pensar este momento que vivimos desde distintas aristas. La falta de conectividad es uno de los aspectos a tener en cuenta; pero no es lo único. Hay padres que ni siquiera pudieron terminar la escuela primaria; hay quienes se quedaron sin empleo (el 90% tiene formas de contratación precaria) y les costó un montón reinsertarse; otros sobreviven con changas y también están los que todavía se encuentran desocupados y ya ni siquiera cobran el IFE (que es poquísimo dinero). Esto provoca angustias, malestares y conflictos. Entonces habría que preguntarse, cuánta voluntad le queda a un adulto para ocupar un lugar que era desconocido para él, porque este trabajo nos corresponde a los docentes.

Valoro muchísimo el aporte de las tecnologías, y con un poco de suerte, para fines de mes voy a poder actualizar programas, incorporar una cámara y seguir aprendiendo más cosas; pero estoy convencida de que la presencialidad es insustituible. No sé cómo será este año, porque todo está en el plano de lo hipotético y lo que hoy es una tajante afirmación, mañana puede ser todo lo contrario.

Un abrazo.


Imagen: Politicayeducacion.com

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