El asunto sería más o menos así: están aquellos que se apresuran a prohibir todo dispositivo digital en la escuela, por un lado, ludditas involuntarios producto de su propia ignorancia más que de una reflexión sesuda. En el otro rincón de este ring deteriorado que es la educación, aquellos que ven en las nuevas tecnologías la solución a todos los males de este mundo. Y en el medio los niños, dentro de un aula que, por centenaria, todavía depende de una pizarra, de fotocopias y de la buena voluntad de un docente tan abrumado como todos por la imposición -o carencia- de soluciones tecnológicas.
Pareciera ser, además, que ante la falta de un árbitro -siguiendo con la metáfora boxística- competente, informado y formado en estas cuestiones de la realidad del aula, los medios toman ese lugar y plantean con más o menos buenas intenciones el problema, convirtiéndose así en uno de los pocos lugares públicos en los que se debaten estas cuestiones.
Por eso no asombra que, días atrás, el medio español El País publicara el artículo que referenciamos aquí, con una bajada algo temeraria pero que plantea otro eje del debate que nos debemos: según un estudio, quienes usan más los dispositivos digitales para tareas escolares presentan peor comprensión lectora.
El último informe internacional sobre habilidades lectura PIRLS, un estudio internacional sobre el rendimiento en comprensión lectora de niños de 9 a 10 años que realiza cada cinco años la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA), plantea la cuestión del impacto de los dispositivos digitales en los niños.
La evaluación internacional mostró que en un promedio de los 57 países participantes, los alumnos que utilizan dispositivos electrónicos más de media hora al día para para buscar y leer información y hacer tareas escolares, obtienen peores resultados que aquellos que los utilizan menos tiempo.
¿En qué basan esta cuasi-certeza? En que en nueve países de la Unión Europea que no utilizan los dispositivos -Finlandia, Dinamarca, Irlanda, Alemania, Francia, Italia, Austria, Portugal y la República Checa, presentan mejor comprensión lectora que quienes los utilizan más de media hora al día.
Los autores de PIRLS mencionan algunos factores que podrían haber influido en los resultados de su evaluación: es posible que quienes utilizan más de media hora al día un dispositivo para hacer tareas escolares sean alumnos a los que se les impone trabajo extra porque su rendimiento regular es bajo, que sean «lectores más lentos» y por ello necesiten invertir más tiempo delante de la pantalla, o que simplemente «se distraigan más».
Por esto, algunos especialistas coinciden en no apresurar conclusiones, dado que ante todas estas variables el estudio podría considerarse sesgado.
El artículo remite a comentarios de algunos padres reticentes, que afirman no faltos de razón que no es lo mismo darle un libro a un niño y decirle que tiene que leerlo que darle una tableta sin que las tareas estén bien pautadas y supervisadas. Cómo no coincidir.
Lo cierto, según se plantea, es que las diferencias entre la lectura digital y en papel no han sido todavía suficientemente estudiadas.
Lo interesante del estudio, y que los autores del artículo destacan, es que el debate parece dirigirse a una cuestión de grados y de velocidad de progresión hacia las nuevas tecnologías, antes que a una disyuntiva entre dispositivos digitales o papel. Lo cual, decimos nosotros, se parece más a una estrategia de marketing que a una cuestión pedagógica a resolver.
Se informa además en el citado artículo, que en Suecia y Dinamarca, dos países con gobiernos de signos diferentes, los responsables educativos han pedido más información en torno a las evidencias sobre el efecto del uso de dispositivos digitales para el aprendizaje de los niños, ante el temor de que puede incurrirse en un exceso digital en detrimento del papel.
«El problema es que los nuevos dispositivos se están introduciendo en muchos casos sin pedir a las empresas tecnológicas que demuestren beneficios».
Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y Psicología.
Es indudable, coincidimos con los autores nuevamente, que la escuela no puede permanecer al margen de este debate necesario. La propia naturaleza de su existencia le demanda preparar a los niños y a las niñas para desarrollar las competencias necesarias que les permitan sacar provecho de esos dispositivos y no caer en usos que les impidan aprender e incluso pongan en riesgo cuestiones como su propia seguridad.
«Los dispositivos son instrumentos de desarrollo personal, y hay que enseñarles [a los niños] a utilizarlos como hay que enseñarles a leer libros y otras mil cosas. De la misma manera que usar una calculadora no elimina la conveniencia de desarrollar el cálculo mental.»
César Coll, catedrático emérito de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad de Barcelona.
Aquellos especialistas que sostienen la importancia de mantener los libros en papel en la etapa escolar, aseguran que para la adquisición de la lectura es importante no reemplazarlos. Leer en papel, aunque se pueda combinar con un dispositivo electrónico, facilita el proceso y se gana en comprensión lectora. Al leer en un libro tenemos de forma directa un mapa conceptual, mientras que en formato digital se avanza de otra forma, por trozos. El papel nos ayuda a hacernos un esquema del contenido de manera sencilla y óptima, según afirman.
Finalmente, una consideración no menor que entorpece todo el proceso del salto digital: tenemos que llevar nosotros mismos los dispositivos, tanto los profesores como los alumnos, porque no los paga la escuela. ¿Cuántos actores de nuestro sistema educativo pueden permitirse esto? La experiencia de Conectar Igualdad y otros planes en este sentido -decimos nosotros nuevamente-, fueron una experiencia positiva en varios aspectos pero que perdieron peso específico a medida que se enredaba en limitaciones tanto técnicas como sociales y políticas.
La deuda -tanto de debate como de implementación- queda pendiente.
Fuente: El País (España)
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