La compañía teatral Le Carrousel es canadiense. En su sitio web explican que «basándose en un trabajo de investigación que empuja límites y fronteras, los directores artísticos Suzanne Lebeau y Gervais Gaudreault despliegan su pasión para establecer un repertorio de obras originales consideradas, en Quebec y en el extranjero, como hitos en la historia del teatro para público joven.»
En una de las obras de su repertorio, cuentan la historia increíble y fascinante de Petit Pierre. Este es su relato:
Pierre Avezard, llamado Petit Pierre (1909-1992), nació antes de lo previsto, ‘sin terminar’, como lo dirá él mismo. Medio ciego, casi sordo y mudo, no aprendió jamás a leer ni a escribir. A la edad de siete años lo retiran de la escuela para confiarle el oficio de los inocentes: pastor.
En los campos, Petit Pierre observa la naturaleza, los animales, los hombres que trabajan. Observa asimismo que las máquinas invaden la vida cotidiana, que el mundo está en constante mutación. Todo lo que se mueve, sobre patas, sobre ruedas, o de cualquier otra manera, ejerce una verdadera fascinación sobre él. Solitario, pasa el tiempo analizando, desmenuzando y reproduciendo el movimiento, primero en su cabeza, luego…
Mientras el mundo gira en sus momentos más horribles, Petit Pierre pasará casi cuarenta años creando un juego giratorio, una máquina poética de belleza singular y de una tal complejidad mecánica que ni los ingenieros logran explicarla. Obra maestra del arte bruto, el juego giratorio de Petit Pierre es una metáfora inquietante de la evolución de la humanidad en el siglo veinte.
Ahora encuentro en Facebook un video -es una de esas historias que nos llegan de compartir tras compartir tras compartir- que muestra parte de la maravillosa ilusión creada por el Pequeño Pierre:
«Máquina poética de belleza singular», me gustó esa descripción. Una máquina que también emociona.
Fuente: Le Carrousel