En su columna política del diario Clarín del domingo anterior, Eduardo van der Kooy plantea un concepto que traté de resumir en la pregunta del título.
Textualmente, Van der Kooy dice: «Hay asambleístas de Gualeguaychú que no se conformarán sólo con ofertas y persuasiones. Son los que luchan contra la instalación de las plantas y no para evitar la contaminación. Aunque depongan la medida, permanecerán al acecho. El Presidente espiará lo que ocurra en silencio. Pero si el desbloqueo no se produce su acuerdo con Tabaré caerá.»
De este análisis es que surge aquella pregunta, porque hay diferencias fundamentales entre los dos conceptos y las acciones y decisiones que conllevan. El «no a las papeleras» conlleva el riesgo de caer en el simplismo: si no se instalan se acabó el problema. Y otro riesgo: que se piense que en cualquier otro lugar menos cerca de uno las papeleras están bien.
Esta postura no resiste un análisis serio. El enorme consumo de papel, y fundamentalmente la falta de un recurso sustituto, impiden pensar por el momento en el cierre de las plantas de fabricación de ese producto, como cae de maduro. No se pensó en su momento, y ahora se piensa poco, en el deterioro subyacente en la producción de papel.
Pensar que en cualquier lado las plantas están bien menos cerca nuestro, es una actitud tan egoísta, desconsiderada e irresponsable que no admite ninguna consideración.
En cambio, si el NO fuera a la contaminación, esta premisa se constituye por si misma en un fundamento de considerable solidez para la solución de este conflicto.
No importa donde pretendan instalarlas: si contaminan no se instalan. Y punto. Pero esto abre un abanico de posibilidades, de nuevas tecnologías y de respuestas sustentables en el tiempo. Abre el juego a nuevas investigaciones, a nuevos métodos y a una nueva conciencia de pertenencia y cuidado hacia lo que nos rodea.
No es una simple cuestión semántica, sino toda una declaración de principios y convicciones. O se está a favor de soluciones mediocres que trasladan el problema a las próximas generaciones, o se apela a criterios serios y responsables que generen alternativas de largo plazo.
Me viene a la memoria cuando el gobierno de la ciudad de Bs. As. hace varios años legisló a favor de la disminución del uso de gasoil y nafta en el trasporte pùblico, a fin de disminuir los índices de contaminación. Esto sin lugar a dudas hubiera sido todo un avance, de no ser por el hecho de que solo consideraron como alternativa el uso del GNC, en vez de abrir el juego a la gran variedad de investigaciones de combustibles alternativos que hay en el país. Todo lo que se logró fue opacado por la sensación de que se estaba favoreciendo a los lobbies, y allí quedó.
Esperemos que las decisiones al respecto de las papeleras sean más abiertas, y que puedan dar a luz toda una nueva gama de respuestas a este problema real.
El ‘papel’ de Greenpeace
Greenpeace reclama a los gobiernos de Argentina y Uruguay la elaboración de un «Plan de Producción Limpia para el Sector Papel» que involucre la eliminación del cloro en el proceso de blanqueo en el papel; extender el proceso de cocción y realizar el proceso de delignificación con oxígeno; eliminar totalmente los efluentes de las plantas de pasta y papel; aumentar el porcentaje de papel que es reciclado y el contenido de papel reciclado post-consumo en los papeles a la venta; establecer líneas de crédito blandas para la eliminación de los efluentes de las industrias del sector; la promoción y crecimiento de las empresas de reciclado y exigir la explotación sostenible de los recursos forestales.