Veamos los videos. Luego explico en que punto, creo, se tocan.
En el primero, el genial y prolífico escritor Isaac Asimov anticipa, en una entrevista de Bill Moyers en 1988, el impacto que tendría la computadora y lo que hoy conocemos como internet, en la educación y en la vida cotidiana.
En el segundo video se muestran los avances en la creación de imágenes 3D: la compañía japonesa Aerial Burton presentó la pantalla de 3D Fairy Lights, en la que microgotas de plasma creadas por láseres forman una imagen tridimensional directamente en el aire. La particularidad esencial de este modelo es la posibilidad de tocar las imágenes y modificarlas a través del tacto.
En este contexto, creo que el punto en el que se tocan estos dos hechos es aquel en el que confluyen el estado actual de la educación, su relación con las tecnologías digitales y la realidad de la demanda actual de acceso al conocimiento.
En nuestro país seguimos discutiendo con mucho nervio si «computadoras-sí-computadoras-no», si los planes oficiales fracasaron o no, si tiene o no sentido darle una computadora a cada pibe, y otras cuestiones por el estilo. Todas estas discusiones son absolutamente válidas, por cierto, pero en el aula, esas cuatro paredes más fáciles de derribar en lo físico que en lo relativo a concepciones y teorías, todavía se sigue educando para otro siglo.
Hace algunos años, en 2008, escribimos con un grupo de colegas una tesis para el profesorado basada en «El aula, en cualquier momento y en cualquier lugar», un tema que yo estaba desarrollando en aquel momento al respecto del acceso que las nuevas tecnologías y en particular internet brindan en el proceso de aprender a aprender, al punto de sugerir que tales recursos nos permiten figurativamente «derribar las paredes del aula» para permitir aprendizajes significativos.
El trabajo de campo nos dio la primera pista de la dificultad que traía aparejada aquella expectativa: las estadísticas mostraban una desconexión entre los distintos estamentos de la gestión educativa al punto de diluir, en la mayoría de los casos, todo esfuerzo en un intento bien intencionado y poco más. ¿Las respuestas más usuales? No se usa porque no hay recursos, no se hace porque falla la gestión, está pero no se usa, no contamos con personal calificado, y varios etcéteras más.
Me resulta incomprensible observar hoy, después de 7 años, varios cambios en los planes de estudio, entrega de millones de computadoras, la masificación de aplicaciones y servicios, y las perspectivas de logros que brindan estas tecnologías, que todavía haya docentes en las aulas que niegan su uso. Esta mañana escuché a un docente argumentar que «sin computadoras se puede enseñar igual», frase que a estas alturas del siglo y de la vida suena a negar otras formas de aprender, con la peor connotación posible: sigamos uniformando a nuestros chicos en un proceso de simple pero para nada ingenua asimilación de información.
Es un «no» rotundo al aprendizaje basado en el acceso irrestricto a la información que avizoraba Asimov, pero también a los modos de facilitar la exploración de los nuevos avances, siempre tan fascinantes -que al decir de un amigo y colega, nos hacen «afortunados de vivir en este momento de la historia».
Nuestra educación está enfrascada en una discusión infructuosa sobre máquinas, pero en realidad parece temerle al poder emancipador del acceso al conocimiento que representan las nuevas tecnologías. Como si prefiriera una producción escolar en serie de mano de obra poco calificada.
Fuentes:
– Factor humano
– Diario Uno