Aunque no es la primera vez que lo hacen -el año pasado presentaron algo similar en formato de video-, los muchachos de Facebook han levantado una buena polvareda este año con su «Year in Review» o «El año de…» en nuestro idioma. Tanto, que tuvieron que salir a pedir disculpas por algún resumen que mostraba malos recuerdos a una persona dentro de lo sucedido en el año que termina.
El algoritmo utilizado por Facebook es muy simple: resalta las fotos con más “likes” o «me gusta» de la cuenta en cuestión. Cómo es lógico entonces, aquellas fotos que más simpatía o adhesión generaron entre los contactos del usuario son las que aparecen, más allá de que se traten de postales de una celebración o retratos de un dolor compartido.
Sin embargo, y he aquí el meollo de la cuestión, toda la herramienta es totalmente configurable y es posible editar tanto los textos como las fotografías que se muestran.
Pero claro, la gente de Facebook –que parece no caer en la cuenta de que este monstruo que ha creado se alimenta a pura inmediatez y fugacidad-, pretende que el usuarios se lance sin más a configurar cosas que no entiende ni desea entender.
No deberíamos olvidar, además, que Facebook arma ese muestrario de estados emocionales con la información que nosotros mismos fuimos subiendo a lo largo del año. No aparece por generación espontánea. Tampoco se trata de que Facebook vaya a recorrer internet buscando material para publicar. No, fuimos nosotros mismos quienes decoramos nuestros muros con aquello que creímos necesario, conveniente o apropiado publicar. Depositar entonces la responsabilidad -o la culpa- de ello a un algoritmo que toma sucesos que nuestros contactos transformaron en importantes para organizarlos por fecha, decorarlos y mostrarlos en nuestro propio muro todo junto es al menos, ingenuo.
No deja de mostrar cierta incoherencia de nuestra parte molestarse por algo que no sólo es automático, sino además es una recopilación de lo que nosotros mismos publicamos. El sistema tiene sus reglas y así funciona. Se puede exigir un mejor funcionamiento y un cumplimiento de aquello que se promete, pero de allí a pretender que todo cambie para ajustarse a nuestros intereses y aun caprichos, suena a autoritario.
Si no me gusta lo que se hace u ofrece, o no me conviene, debería retirarme. Y punto.
Tal vez sea hora de pensar qué y cómo publicamos, teniendo en cuenta que la privacidad –quién y cómo lo ve- y aún la intimidad -si otros realmente necesitan o deben verlo– corren por nuestra cuenta.
Es decir, corren por cuenta de nuestra comprensión -y acción consecuente- de los derechos que nos caben en el ejercicio responsable de nuestra ciudadanía digital.
Nosotros decidimos.