Dentro del grupo lingüístico indoeuropeo, las lenguas nórdicas y las meridionales exhiben diversas consonantes para nombrar al amor. Pero tanto en el caso de la M del amor de las lenguas romances meridionales como en el de la L de las lenguas germanas septentrionales (en la L de Love, por ejemplo), la relación se ofrece a través de dos onomatopeyas centrales, que reproducen los gestos de la boca y de la lengua, respectivamente. Estos gestos, en ambos casos, se refieren, reproducen y apuntan al acercamiento al pezón y al lamer o paladear propios del amamantamiento. El acontecer del amor se centra fundamentalmente, desde el punto de vista del racimo de raíces indoeuropeas del que disponemos, en la relación recíproca de madre y criatura, y sólo por traslación se expande hacia las zonas del abrazo de la pareja humana. Como si el lenguaje supiese que las madres no pueden divorciarse de sus hijos ni los hijos de sus madres y por eso prefiere denominar amor a esta relación verdaderamente indisoluble.
[Ivonne Bordelois, en «Etimología de las pasiones»]