En mi propia biografía escolar, tanto desde el lugar de estudiante como de docente o directivo, he tenido también la suerte de aprender de muchos buenos maestros, directivos o colegas. No voy a mencionarlos porque el espacio no lo permite y porque tendría olvidos imperdonables. Pero guardo un vívido recuerdo de las condiciones que reunían y que hicieron de ellos maestros que dejan huellas. Entre otras cosas, el compromiso individual que asumían con sus estudiantes, superando prejuicios y profecías autocumplidas tales como ‘a esos chicos no les da la cabeza’ o ‘a los adolescentes no les interesa nada’. También compromiso social porque luchaban para que la educación sea un instrumento de cambios. Manifestaban coraje para asumirse como militantes del cambio, paciencia, respeto por los otros y por sus propios principios, generosidad para compartir sus conocimientos, sabiduría acerca de cuestiones de la vida, compromiso con su propia formación teórica y preocupación por enseñar lo mejor posible. En definitiva, practicaban una pedagogía de la esperanza.
Liliana Sanjurjo, en «Qué necesita saber un buen docente».
