Lo único que queda de tragedias como estas son las ausencias.
Ausencias que tienen una entidad demoledora, porque estarán siempre ahí. En forma de pena, de pregunta, de negación, de incredulidad, de incompletitud, de bronca. Cromañón, Kheyvis, Once, ahora Salta y Oroño tienen algo en común: rodando por la pendiente de la desidia y mediocridad los inescrupulosos tomaron cada vez más velocidad y se llevaron puesto un manojo de gente común, de a pié, la que nos cruzamos cada día en el bondi, en el super, en un aula. Gente que pasó del sueño a la pesadilla sin escalas y sin culpas, y que de anónima duele más, si pudiera, porque son vos y son yo; son nosotros.
No olvidar a las víctimas, a sus familias y amigos, a los sacrificados hombres y mujeres que no descansaron hasta agotar la última esperanza es vital para nuestra conciencia individual y social. Tanto como lo es no olvidar a los oportunistas, a los malos periodistas, a los bocones, a los agoreros, a los administradores desleales que ni por vergüenza hicieron algo con lo que se les encomendó, a los traidores de la fe pública.
Mis respetos a las víctimas y sus familias. Mi repudio a los causantes de esta desgracia, junto con un enérgico reclamo de justicia.
No olvidar es, más que una consigna, una obligación de bien nacido.