Yo sigo con mi vieja costumbre de no hacer balances -esa cosa culposa muy a nuestro estilo argentino que se parece mucho a la de tomar café con edulcorante luego de una cena pantagruélica. No se puede parar, sólo sirve continuar y crecer en lo que fue bueno y arreglar -o abandonar- lo que no sumó, aportó o cumplió su ciclo. Porque la dinámica de la vida no sabe de calendarios, sólo continúa. Nadie moriría en Navidad, si no.
Así que, haciendo honor a algunas convicciones que me sumó la docencia, sostengo también en este plano de la vida eso de que la evaluación es parte del proceso -se evalua a medida que se va viviendo, por caso.
Si estas fiestas sirven además para recordarle a determinadas personas lo importantes que son para uno, eso está bueno también. Pero si no se lo recordamos nuevamente en enero, en febrero, en marzo y a lo largo del año, sólo se trató del estallido emocional resultante de haber sucumbido ante la publicidad lacrimógeno-navideña, que nos dice que el amor se demuestra según el monto de la compra, lo canchero del regalo o el índice de sensibilidad navideña en la que fuimos entrenados.
Hablando de regalos, creo que el mejor regalo es un buen libro. También está bueno regalar lo que el otro necesita -implica haber pensado en el destinatario- o lo que tiene algún sentido o significado compartido importante.
Bah, ya está.
Toda esta perorata es simplemente para desearles felices fiestas y un comienzo de año fantástico a todos los que, sabiendo hacer buenos regalos, me ofrendan cada día y desde hace casi 7 años el placer de compartir este espacio, intercambiando experiencias de vida y aprendizajes.
¡Saludos y felicidades!