Hace dos décadas el británico Tim Berners-Lee inventó la web «sólo porque la necesitaba», según un informe especial de la BBC publicado el lunes pasado. La World Wide Web transformó de tal manera la sociedad global que muchos no dudan en compararla con la Revolución Industrial del siglo XIX. Aunque las cifras varían, algunos estudios calculan que cerca de 1.700 millones de personas, o sea casi el 25% de la población mundial, son usuarias del universo de la red.
Con la red paso algo parecido a lo que ocurrió con la industria automotriz a comienzos del siglo XX. Un invento que existía hace décadas sólo alcanzo su potencial cuando alguien entendió la manera de masificarlo. En el caso automotriz, Henry Ford consiguió al diseñar su modelo T que millones de consumidores pudieran comprar automóviles, hasta ese momento simples curiosidades mecánicas de millonarios.
Del mismo modo, el invento de la World Wide Web por parte de Berners Lee, hizo que internet, creada décadas atrás por científicos del Departamento de Defensa de Estados Unidos y que apenas entusiasmaba a científicos y expertos de una comunidad reducida, súbitamente se convirtiese en una herramienta disponible para cientos de millones de personas.
La herramienta de la World Wide Web logró que el mundo en línea, antes accesible sólo con complicados códigos de computación, quedase apenas a un ‘click’ de distancia.
Como los tuvo en su momento la Revolución Industrial, esta revolución de la red tiene también sus defensores y críticos. Tanto en el campo económico como cultural y político hay consecuencias buenas y malas.
Al igual que la imprenta, la web permitió que la información, antes privilegio de pocos pasara a estar al alcance de muchos, y mucho más que la imprenta abrió las puertas para que las fuentes de información se multiplicaran. Sin embargo, lo que muchos consideran demasiada de esta información es sexual, lo que más allá de ofender, ha generado temores particularmente en lo que se refiere a los menores de edad.
Ante tanto claroscuro, quizás es sensato seguir la sugerencia del intelectual británico (escritor, cómico, actor) Stephen Fry: concebir al mundo virtual como al real.
La web es como cualquier ciudad, con unos sitios peligrosos y otros fabulosos.
Fuente: BBC Mundo