Quien esto afirma es Silvia Bacher, especialista en comunicación y educación, en una columna para la sección Informática del diario Clarín. Dice además que «es impostergable que todas y todos los nativos de carne y hueso accedan a la escuela para que ésta cumpla con su esencia: la que la conmina a estimular el pensamiento», porque «el aula es el ámbito capaz de hacer de las tecnologías lugares de crecimiento, de desafío de acceso a la dimensión digital». Aquí, el artículo:
Diferentes investigadores afirman que los jóvenes son nativos digitales en tanto los adultos (aquellos que cuentan con más de tres décadas de historia) son considerados inmigrantes que deben aprender un nuevo lenguaje. Pero no es tan sencillo: Néstor García Canclini, experto en letras y sociología, que desde 1990 es profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que si bien «millones de seres humanos se desplazan por motivos socioeconómicos y políticos, sin embargo en los últimos años aparecen otras nuevas formas de extranjería, no referidas sólo a separaciones geográficas».
Son diversas las voces que hacen alusión a los nativos digitales. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que estas nuevas migraciones digitales trascienden grupos etarios y ponen en evidencia que las nuevas fronteras están profundizando brechas sociales que ahondan las diferencias entre las nuevas infancias y las nuevas juventudes.
A pesar de haber nacido en la era de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, a muchos niños y jóvenes parece negárseles la visa de acceso a ese nuevo mundo. Se les habilitan permisos temporarios -comprables por un par de monedas en algún cibercafé- frente a pantallas y teclados que de ninguna manera se parecen en su funcionalidad a la que le asignan otros nativos digitales que navegan con un norte: ya sea buscando información, apropiándose de sus herramientas, reflexionando sobre su uso, sus potencialidades y sus riesgos.
Una computadora, por sí misma, es un pasaporte hacia ninguna parte. La visa, imprescindible hasta que algo mejor se descubra, hoy por hoy la da la escuela. Con sus limitaciones y defectos, con sus carencias pero aun así con la clara misión de formar individuos capaces de pensar, de comprender, de indagar. El aula es el ámbito capaz de hacer de las tecnologías lugares de crecimiento, de desafío de acceso a la dimensión digital.
Según datos publicados por el portal Educ.ar, ya en 2005, en promedio, un graduado universitario (especialmente en los EE.UU. pero, crecientemente, en todos los rincones del planeta) pasaba cerca de 5 mil horas de su vida leyendo, cerca de 10 mil jugando a videojuegos y cerca de 20 mil viendo TV. Son esas primeras 5 mil horas las que marcarán la diferencia para ingresar a la ciudadanía digital en pleno ejercicio de sus derechos. El carecer de educación sólo garantizará paseos turísticos por zonas navegables, sin trascendencia, a los nativos seudodigitales.
Los expertos coinciden en que la escuela cambiará sus formas, actualizará sus recursos, reconocerá nuevos soportes de lectura, digitalizará sus pantallas dejando atrás el agudo chirrido de la tiza sobre el pizarrón. Pero entretanto eso suceda, es impostergable que todas y todos los nativos de carne y hueso accedan a la escuela para que ésta cumpla con su esencia: la que la conmina a estimular el pensamiento. Tal vez, entonces, las nuevas tecnologías se constituyan en puentes y no en barreras, a través de los cuales los más jóvenes ejerzan sus derechos en tanto verdaderos nativos digitales.