Apenas comenzó el Mundial y la batalla ya está perdida. Y quedó claro que la ganaron los chicos: aún en los colegios donde se permitió ver el partido de Argentina de ayer (el primero del torneo en día hábil), las aulas estuvieron vacías.
Esto fue particularmente notorio en el Nivel Polimodal (los más grandes), aunque en EGB también se hizo sentir, pero menos. En este último todavía los padres tienen el poder de decisión en la mayoría de los casos.
Soy testigo de que muchos docentes y directivos le dieron un contenido, un perfil muy interesante a la cuestión del Mundial. Incluso podría decirse que el CD que elaboró el Ministerio de Educación contenía un material por demás interesante.
Otros, en cambio, fueron la negación total: pusieron reuniones a la hora del partido, prohibieron los televisores o forzaron situaciones francamente absurdas y fracasaron aun más estrepitosamente.
Este último es el «Sindrome Sebrelli-Savater», más conocido como el del «Perro del Hortelano»: no les gusta el Mundial y hacen todo lo posible para que el resto de los mortales nos sintamos los más idiotas del mundo por «seguir una pelotita». Por supuesto, de Fontanarrosa, Soriano y otros por el estilo, que hacen una defensa apasionada de «un juego de brutos que embrutece a las masas», ni hablar.
En cambio a mi, ¡cómo me gusta el Mundial! ¡Cómo me emocioné cuando Argentina salió a la cancha, cuando cantaron el Himno, cuando les «llenaron la canasta» a los pobres «Serbios y etc.»! Ví los goles cerca de 10 veces, casi en cada repetición y casi con la misma pasión con que veo el gol del Chango Cárdenas al Celtic o la gambeta de Maradona en el ’86.
Aunque lo nieguen no deja de ser. Aunque nieguen la locura, los goles, las camisetas, los cantitos, las caras albicelestes, los trapos, los papelitos; en fin, la pasión del futbol, no deja de ser. Como tantas pasiones populares convertidas en fenómenos sociales, el futbol no puede ser ignorado.
En general somos un país de «ignoradores»: suelen dejarse de lado e ignorarse personajes y hechos históricos y populares, muchas veces por actitudes funcionales a los poderes de turno.
Estemos de acuerdo o no, no se pueden negar. Estemos de acuerdo o no con Rosas, con Perón, con el Che; de acuerdo o no con los movimientos populares, con el tango, el floclore o el rock, o con cualquier otra manifestación del fervor popular, no dejan de ser.
Se pueden analizar, rechazar, criticar o amar, pero no negar. Y el futbol, en tanto expresión popular, tampoco puede ser ignorado. Lo que sucedió con el partido de Argentina, en algunos casos, fue querer tapar el sol con la mano, porque el fenómeno emergió igual con toda su fuerza.
Y mientras tanto escuela y sistema quedaron afuera, perdiendo la enorme oportunidad y perdiendo por goleada.
Resultado: Escuelas vacías – Alumnos fuera.